De los restos de Gil en Berlín no quedan ni las farraspinas, escribe en La Nueva Crónica el periodista Manuel Cuenya.
El teatro del poeta del XIX
El telón neoclásico o el impresionante mural que corona el escenario son tan sólo dos de sus grandes atractivos. El paso del tiempo ha hecho mella en la estructura del Villafranquino pero no ha podido robarle la belleza romántica que lo hace único. Sus orígenes se remontan a 1843, a la par que la Sociedad de Teatro de Villafranca de la que formó parte el escritor que desde hace unos días le da nombre: Enrique Gil y Carrasco.